(Por Carlos Osoro, arzobispo de Valencia)
San José con su silencio da protagonismo a Jesús, a María y a todos nosotros. De San José, solamente sabemos los datos que el Evangelio de San Mateo y de San Lucas nos narran. Pero son lo suficientemente importantes para darnos a conocer que el honor más grande que Dios le confió fue entregarle dos preciosos tesoros para que los cui- dara, los amara y los presentase en esta historia: Jesús y María. Y esto fue lo que hizo San José, dejar que ellos protagonizasen todo y él ayudarles desde un silencio que habla más que cualquier palabra, para hacer percibir a todos los hombres lo que debían de saber de ambos. Un silencio que sigue manteniendo y que sigue hablando.
San José, con su silencio, da protagonismo a los valencianos. Cuando estos días estamos celebrando en Valencia las Fallas y cuando a San José le acogemos como a nuestro patrón, descubramos lo que él nos entrega. Él, en silencio, nos acompaña y nos habla de su fe, de su incondicional adhesión a la voluntad de Dios. Y por otra parte, a nosotros nos deja meter ruido, nos deja ser protagonistas. ¿No es ese el protagonismo que tenemos cuando estamos en la ‘mascletà’, en la ‘plantà’, en la ‘cremà’ o en los castillos? A nosotros, estos días con fiestas y con ruido, San José con su silencio nos sigue acompañando y nos habla al corazón y nos sigue diciendo que también nosotros nos dejemos guiar por la Palabra de Dios y que acojamos, como lo hizo él, a Jesucristo y a la Santísima Virgen María. Ruido por nuestra parte y silencio de él, que enseña y que nos hace vibrar en lo más profundo del corazón la adhesión que hemos de tener a Dios en todas las circunstancias de nuestra vida.
San José con su silencio ha dado protagonismo a otros para que hablasen de él. Hay muchos santos que han propagado la devoción a San José. Entre otros tenemos a un gran valenciano, San Vicente Ferrer, que habló y predicó mucho sobre San José. Por ello, nada tendría de extraño que nuestra devoción en Valencia viniera también por estos caminos. Hay otros muchos santos que han hablado de San José: Santa Brígida; San Bernardino de Siena, que escribió en su honor muchos y muy hermosos sermones; San Francisco de Sales, que también predicó y recomendó la devoción al santo Patriarca. Pero, sobre todo, la que más propagó su devoción fue Santa Teresa de Jesús, que fue cura- da por él de una terrible enfermedad que la tenía casi paralizada y que era considerada incurable. Le rezó con fe y devoción a San José y fue curada. Santa Teresa de Jesús, hasta el final de su vida, decía así: “otros santos parece que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a San José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo”. “(...) durante cuarenta años, cada año en la fiesta de San José le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha fallado ni una sola vez. Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán qué grandes frutos van a conseguir”.
San José, con su silencio, nos habla de tantas cosas... Y nos cede el protagonismo a todos. Se lo cedió a la Virgen María, se lo cedió a Jesucristo, nos lo cede a nosotros. Y el caso es que no conocemos palabras expresadas por él, pero sí que conocemos sus obras, sus actos de fe, de amor y de protección. Es bueno recordar todos esos momentos para vernos acompañados de San José, con su silencio. Pronto la fe de San José fue probada con el misterioso embarazo de María. San José tuvo sueños impresionantes, a través de los cuales recibió mensajes muy importantes. No conociendo el misterio de la Encarnación y no queriendo exponerla al repudio y su posible condena, pensaba retirarse cuando el ángel se le aparece en sueño: “Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer” (Mt 1, 19-20, 24). ¡Qué palabras más hondas! “Como era justo”, es decir, como vivía de cara a Dios, en adhesión absoluta a Él, “Tomó consigo a su mujer”, es decir, nada de abandono, entra en el Misterio en el que la presencia de Dios envuelve todo, con todas las consecuencias. Unos meses más tarde partirán hacia Belén en un momento difícil, ya que Ella estaba encinta (cf. Lc 2, 1-7). Allí nació Jesús y San José les atendió de una manera singular. Más tarde con María presenta a Jesús en el Templo y ante las cosas que se decían de Jesús escuchamos en el Evangelio estas palabras: “Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él” (Lc 2, 33). Y cuando escuchó el mensaje de Dios en un sueño, sin pensarlo unos instantes se levantó y se hizo emigran- te, en otra tierra, con otro idioma sin apoyos familiares, sin empleo: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matar- le” (Mt 2, 13). Cuando pasó el peligro regresó por indicación del Ángel del Señor para establecerse en Galilea.
¡Qué belleza tienen las palabras de Juan XXIII cuando comenzó el Concilio Vaticano II: “Escogido como custodio oculto de la más grande obra de Dios, la Encarnación del Verbo, San José continúa su poderosa intercesión en la Iglesia que, reunida en Concilio en sus Pastores sagrados, quiere difundir su luz en el mundo, y su dulce imperio en todos los corazones”! Aprendamos desde el silencio de San José a dejarnos envolver por el Misterio de la Encarnación. ¡Qué fuerza tienen las palabras de Pablo VI cuando nos dice de San José que es “el introductor al Evangelio de las bienaventuranzas”! ¡Qué hondura tienen las palabras de Juan Pablo II cuando nos dice que “el matrimonio de José y de María estuvo al servicio de la Encarnación redentora y que San José fue llamado a ser el custodio del Redentor”! ¡Qué profecía tienen estas palabras de Benedicto XVI a los padres: “ruego para que aprecien siempre la belleza de una vida sencilla y laboriosa... cumpliendo con entusiasmo la grande y difícil misión educativa”! Con San José, sin escucharle ninguna palabra, también hoy en Valencia contemplemos con él: ver nacer a Jesús, presentándolo en el Templo, en la huida a Egipto, cuando se pierde en el templo, cuando se separa de Jesús y de María por su muerte.
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