por Antonio DÍAZ TORTAJADA. Sacerdote-periodista
María de Nazaret,
y Madre de nuestro Señor Jesucristo:
A tu Hijo le cargan sobre los hombros un palo,
trozo pesado del patíbulo,
señal de maldición e instrumento de ejecución capital.
Tu Hijo, Jesús,
carga con el madero de la infamia,
que pesa,
carga extenuante sobre sus espaldas llagadas.
El odio que lo impregna todo hace insoportable el peso.
Sin embargo aquel madero de la Cruz
es rescatado por tu Hijo
y se convierte en la señal de una vida vivida
y ofrecida por amor a los hombres.
María:
Tu seguías sus pasos de cerca;
y aprendiste a valorar el significado de aquella Cruz.
Y por ello,
después de casi veinte siglos de haber vivido
aquella experiencia de dolor y muerte
te revelaste a Bernardette Soubirous,
para señalarle el valor de aquel suplicio.
Tú nos enseñaste
a través de una niña junto a la gruta de la roca de Masabielle
en las cercanías de Lourdes
que santiguarse era levantar nuestra mirada
hacia la Cruz de tu Hijo Jesús
para encontrar en ella la fuerza de la vida,
y la fuente de la salvación.
La Cruz en el Calvario,
una loma calva como una calavera
y la cruz rastreando nuestra frente,
nuestros labios y nuestro pecho.
Una colina fuera de la ciudad,
y un abismo de dolor y humillación.
Levantado entre el cielo y la tierra está el Hombre:
Clavado en la cruz,
Patíbulo visible trono invisible del rey de reyes
suplicio reservado a los malditos de Dios
y de los hombres.
Sin embargo tu Hijo Jesús,
que siente que su espíritu lo abandona,
no abandona a los otros hombres,
extiende los brazos para acoger a todos,
al que nadie quiere ya acoger.
Desfigurado por el dolor,
marcado por los ultrajes,
el rostro de aquel hombre
le habla al hombre de otra justicia.
Derrotado, burlado, denigrado,
aquel condenado devuelve la dignidad a todo hombre:
A tanto dolor puede llevar el amor,
de tanto amor viene el rescate de todo dolor.
Verdaderamente aquel hombre era justo.
Desde entonces,
aquel árbol del sufrimiento y de la victoria sobre los infiernos
se convierte en el signo distintivo de los discípulos de tu Hijo,
es el árbol plantado en la tierra
para que la tierra maldecida por el pecado
pueda gozarse de la bendición y de la gloria.
Desde entonces,
un crucifijo es la inmensidad del amor de Dios
colgado en el cuello,
en un camino,
en un bolsillo
y siempre que se coge con las manos
aparece tranquilamente en su espejo Dios.
¡Enséñanos a testimoniar
con obras y palabras al Crucificado!
Que a ejemplo de santa Bernardette
que hizo de la Cruz un signo
de su filiación de discípula del Crucificado
sellemos llenos de confianza
con el dedo la frente,
los labios y el pecho.
Hagamos la señal de la Cruz sobre todas las cosas,
sobre el pan que comemos,
sobre la copa que bebemos.
¡Hagámosla al salir y al volver de casa o del trabajo,
antes del sueño, al acostarnos
y al levantarnos, al andar y al descansar
Grande es este medio de protección.
Es gratuito en atención a los pobres,
no supone esfuerzo por causa de los débiles;
la gracia viene de tu Hijo Jesús
para que sepamos expresar
con nuestro cuerpo el icono de la salvación
que discurre por nuestras vidas.
La cruz es el distintivo de los creyentes,
la esperanza de los moribundos
el terror de los demonios.
Mediante la cruz,
Cristo ha triunfado sobre el enemigo
y lo ha desenmascarado públicamente.
Cada vez que alguien contemple la Cruz,
que hacemos con nuestro cuerpo
que se acuerden del Crucificado.
María:
Enséñanos a decir con autenticidad y verdad
que por esta señal de la Santa Cruz
de nuestros enemigos nos libre el Señor.
Amén.
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