AGENCIA AVAN)
Queridos Sres. Cardenales, Arzobispos y Obispos; Ilmo. Sr. Deán y Excmo. Cabildo catedral; Consejo de gobierno de la Archidiócesis; Queridos hermanos sacerdotes, religiosos y diáconos; Queridos seminaristas del Seminario de Moncada, de los Colegios-Seminarios del Patriarca y Santo Tomás de Villanueva, y del Seminario menor.
Molt Honorable Sr. President de la Generalitat; Excma. Sra. Alcaldesa de Valencia; Ilmo. Sr. Vice-Delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana; Excmo. Presidente de la Diputación Provincial; Honorables Consellers e Ilmos. Concejales del Ayuntamiento de Valencia; permítanme que salude con especial afecto a D. Juan Cotino: ¡Gracias!
Excmo. Vice-gran Canciller de la UCV, Magnífico Sr. Rector y Consejo de Gobierno; Presidente de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), Magnífico Sr. Rector de la Universidad Cardenal Herrera San Pablo CEU; Autoridades Civiles, Militares y Judiciales.
Queridos hermanos de Don Agustín y sobrinos. Representantes de diferentes institutos de la vida consagrada y sociedades de vida apostólica; amigos de la población natalicia del Cardenal, Corral de Almaguer; personal del arzobispado; Hermanos y hermanas:
El Evangelio que acabamos de proclamar, nos ayuda a hacer una lectura del momento que estamos viviendo. Estamos celebrando la muerte y resurrección de Jesucristo y en Él estamos celebrando nuestra propia muerte y resurrección. Nos lo dice el Apóstol San Pablo “en la vida y en la muerte somos del Señor”. Ha muerto D. Agustín García-Gasco, Cardenal Arzobispo Emérito de Valencia (1992-2009; 2011†). Su muerte nos ha dejado a todos consternados. Pero no podemos quedarnos en esta consternación, no podemos quedarnos en la primera parte que nos ha dicho el Evangelio: “era ya eso de mediodía cuando se oscureció el sol y toda la región quedó en tinieblas, hasta la media tarde”. El Señor llega con su Palabra a darnos aliento y vida, a que descubramos la verdadera perspectiva de nuestra vida en la que Él nos ha situado. Nos lo ha dicho el Evangelio que “el velo del templo se rasgó por medio” y lo que antes no se podía ver ahora lo vemos. Con Jesucristo podemos ver más allá, vemos lo que está detrás del velo que teníamos antes.
Recordemos lo que nos dice el Evangelio de aquellas mujeres que van al sepulcro y no encuentran el cuerpo del Señor y cómo en aquél desconcierto se les presentan dos hombres con vestidos refulgentes que les dicen: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado”. Esta realidad ha cambiado todo. Y esta realidad es la que nos reúne a todos nosotros esta tarde aquí: celebrar la muerte y resurrección de Cristo. Aquellas mujeres buscaban el cuerpo del Señor en el sepulcro. Y se encuentran con otra realidad, “ha resucitado”. Jesús no es un personaje del pasado. Él vive y como ser viviente, camina delante de nosotros; nos llama a seguirlo a Él, el viviente; y a encontrar así también nosotros el camino de la vida.
“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado”. Cuando Jesús habló por primera vez a los discípulos sobre la cruz y la resurrección, mientras bajaba del monte de la Transfiguración con sus discípulos, se preguntaban qué querría decir eso de resucitar de entre los muertos. No lo entendieron hasta después de la resurrección. Estos días, nosotros estamos celebrando la Pascua. En Pascua nos alegramos porque Cristo no ha quedado en el sepulcro, su cuerpo no ha conocido la corrupción; pertenece al mundo de los vivos, no al de los muertos. Y nosotros nos alegramos porque Él es, como proclamamos en el rito del cirio pascual, Alfa y al mismo tiempo Omega y, existe por tanto, no sólo ayer, sino también hoy y por toda la eternidad. ¿En qué consiste propiamente eso de resucitar? ¿Qué significa para nosotros? ¿Y qué significa para el mundo para la historia?
¡Qué bien lo explica el Evangelio que hemos proclamado! La muerte de Jesús fue un acto de amor. En la última Cena, Él anticipa su muerte y la transformó en el don de sí mismo. Su comunión existencial con Dios era concretamente una comunión existencial con el amor de Dios y este amor es la verdadera potencia contra la muerte, es más fuerte que la muerte. La resurrección es como un estallido de luz, una explosión de amor que desató el vínculo hasta entonces indisoluble del morir y devenir. Inauguró una nueva dimensión del ser, de la vida, en la que también ha sido integrada la materia, de manera transformada y a través de la que surge un mundo nuevo. ¿Cómo puede llegar este acontecimiento hasta mí y atraer mi vida hacia Él y hacia lo alto? ¿Cómo llegó a Don Agustín? Dicho acontecimiento nos llega mediante la fe y el Bautismo. El Bautismo significa precisamente que no es un asunto del pasado, sino un salto cualitativo de la historia universal que llega hasta mí, tomándome para atraerme. El Bautismo no es un acto de socialización eclesial, de un ritual complicado para acoger a las personas en la Iglesia. Es más que una simple limpieza o embellecimiento del alma. El Bautismo es lo que San Pablo nos dice en la última parte de su pequeña autobiografía espiritual en la Carta a los Gálatas: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20). Vivo pero ya no soy yo. Y es que el yo mismo, la identidad esencial del hombre, de este hombre Pablo, ha cambiado. Nos describe lo que ha ocurrido en el Bautismo, que se me quita el propio yo y es insertado en un nuevo sujeto más grande. El gran estallido de la resurrección nos ha alcanzado en el Bautismo para atraernos. Quedamos con un nuevo yo, transformado, bruñido, abierto por la inserción en el otro, en el que adquiere su nuevo espacio de existencia. Hemos llegado a ser uno en Cristo.
Precisamente esto es lo que estamos viviendo en esta celebración, que lo que alcanzó Jesucristo, eso ha sido dado a Don Agustín. Por el Bautismo quedamos asociados a una nueva dimensión de la vida, en que en medio de las tribulaciones de nuestro tiempo, estamos inmersos. Vivir la propia vida como un continuo entrar en este espacio abierto: éste es el sentido de ser bautizado, del ser cristiano. Esta es la alegría de la Vigilia Pascual. Por eso la resurrección no ha pasado, la resurrección nos ha alcanzado e impregnado. Fue al Señor a quien se agarró de su mano Don Agustín, por eso podía decir “yo, pero ya no yo”. Hemos escuchado en la segunda lectura algo bellísimo: “nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte”. Don Agustín habiendo recibido la vida de Cristo, no permaneció en la muerte, amó.
Por amor Don Agustín llegó a este mundo un 12 de febrero de 1931. Por amor un 26 de mayo de 1956 es ordenado sacerdote en Madrid. Por amor se entregó al servicio de la Iglesia como párroco, como formador del Seminario de Madrid, como Director y fundador y más tarde presidente del Instituto Internacional de Teología a Distancia, hoy denominado Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Agustín, por amor a la Iglesia y a los hombres fue nombrado Vicario Episcopal, por amor el día 11 de mayo de 1985 es ordenado Obispo, por amor sirve a la Iglesia en España como Secretario General de la Conferencia Episcopal, por amor llega a Valencia enviado por el Santo Padre Juan Pablo II un 3 de octubre del año 1992, por amor es creado Cardenal por el Papa Benedicto XVI el 24 de noviembre de 2007, por amor renuncia al gobierno pastoral al cumplir 75 años el día 12 de febrero de 2006. “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos”. Con esta convicción ha vivido Don Agustín, descanse en paz. Sabemos que vivimos por una comunión existencial con Él, por estar insertos en Él que es la vida misma. Quiero dar gracias en estos momentos a quienes más cerca de él han estado en estos últimos años de su vida y le han regalado su amistad y se han ocupado de él. Permitidme que entre esas personas destaque a tres sacerdotes: Don Antonio Corbí su secretario y a Don José Luis Bravo y Don José Luis Huéscar. Gracias de corazón.
Cuando el día 1 de mayo, fiesta de la Divina Misericordia, después de unos días de estancia en Roma para asistir a la beatificación del Papa Juan Pablo II, recibíamos la noticia de la muerte de Don Agustín, en medio de la consternación, surgía al esperanza, pues quien había vivido para amar y para entregarse por amor en la Iglesia al servicio de todos los hombres, en él, se hacían verdad aquellas palabras del libro del Apocalipsis que antes escuchábamos: “Dichosos los muertos que mueren en el Señor. Desde ahora sí, dice el Espíritu, que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan”. El Señor que ha llamado a Don Agustín, se hace presente en el misterio de la Eucaristía. Asistimos a su muerte y resurrección. Que a todos nos alcance la fuerza de la resurrección y muy especialmente se lo pedimos para Don Agustín. Descanse en paz. Amén.
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