+ Carlos, Arzobispo de Valencia
La esperanza es constitutiva del ser humano. Siempre se ha manifestado como una necesidad fundamental del hombre, pero muchas veces con esperanzas pasajeras hemos ido tirando. Hoy, dada la situación que vivimos todos los hombres, esto ya no es válido. Necesitamos que la esperanza no acabe, que tenga fundamentos verdaderos de perduración, que no se agote en unos momentos. No podemos vivir sin esperanza. Y el tiempo de Adviento que vamos a comenzar cultiva esta esperanza de una manera esencial, pues nos regala fundamentos para vivir siempre en ella.
Hay algo que me gustaría que entendieses de una vez para siempre: nada de lo que hacemos los hombres o que proviene de nuestras fuerzas personales o de nuestras estrategias, redime al ser humano, es decir, le da esperanza que fundamente toda su existencia. Esto solamente puede hacerlo el amor. De tal manera que cuando experimentamos un gran amor en la vida, ese momento concreto constituye para nosotros un momento de redención y de esperanza.
Pero entiende bien esto: si este amor proviene de los hombres, por sí solo no soluciona el problema de la vida y no me entrega la esperanza que necesito para vivir. Puede ser destruido por la muerte o, simplemente, porque el ser humano que me ama, me retira su amor. Tú y yo, como todos los hombres que vienen a este mundo, necesitamos de un amor incondicionado, como nos dice el Papa Benedicto XVI en la encíclica “Spe salvi”. Necesitamos la certeza que nos hace expresarnos como el Apóstol San Pablo: “ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8, 38-39). Es el amor absoluto, que nos da certezas absolutas, quien nos da y nos mantiene en la esperanza.
Por eso, ¡qué importante y qué esencial es conocer a Jesucristo, la revelación del amor mismo de Dios a los hombres! Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza. De ahí que el Adviento es también una llamada a la conversión, a esperar a Dios y esperar de Él el culmen de todo. Como nos dijo Jesús: “Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3). En relación con quien es la Vida misma, entonces vivimos y somos invadidos por la esperanza. La esperanza viene con el gran abrazo de Dios a los hombres. Déjate abrazar por Dios que viene a este mundo y te colmarás de esperanza.
Con el Adviento, todos los cristianos invitamos a todos los hombres a que nos pongamos en camino. Un camino que hacemos para vivir el misterio de Cristo en la historia. Qué fuerza tienen estas palabras: “Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (cf. Hb 13, 8). En cambio la historia cambia y necesita ser evangelizada constantemente, necesita renovarse desde dentro y la única verdadera novedad es Cristo. Porque en Cristo está la realización plena y el futuro luminoso del hombre y del mundo.
La palabra Adviento, se puede traducir por “presencia”, “llegada”, “venida”. En el lenguaje antiguo era un término técnico para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero puede indicar la venida de la divinidad que sale de su escondimiento para manifestarse con fuerza. Los cristianos hemos adoptado esta palabra, Adviento, para expresar nuestra relación con Jesucristo: Jesús es el Rey que ha entrado en esta pobre “provincia” denominada Tierra para visitarnos a todos y nos invita a participar en la fiesta de su Adviento. Con esta palabra se quiere decir: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos.
Te invito a que entres de lleno a descubrir cómo el Adviento es, fundamentalmente, una visita. Es la visita de Dios: quiere entrar en mi vida y quiere dirigirse a mí, quiere entrar en esta historia y en la vida de todos los hombres. En estos próximos domingos te invito a que dejes que la Palabra de Dios te haga por dentro y por fuera. Y te recomiendo dos cosas para ello: “capta una presencia”, que es la presencia de Dios, haz silencio y descubre que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención para cada uno de nosotros; por otra parte, entiende el sentido del tiempo y de la historia como un “kairós”, como ocasión propicia para nuestra salvación y ocasión de gracia, alegría y de espera de lo eterno.
En estos próximos domingos de Adviento vas oír cosas como éstas:
1. El Señor te quiere coger el corazón: “Velad, pues, porque no sabéis que día vendrá vuestro Señor” (cf. Mt 24, 37-44). Se nos invita a estar vigilantes, entre otras cosas porque el Señor es sorprendente, viene cuando menos lo piensas. Pero no viene a robarte tus cosas, quiere robarte el corazón. ¿Dejarás que te robe el corazón? Deja que sea un ladrón amigo. Te va a llenar el corazón de su amor. Te lo roba para llenarte el vacío que tienes.
2. El Señor es el Rey verdadero, entrégale tu vida: “Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquél que viene detrás de mí es más fuerte que yo… Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (cf. Mt 3, 1-12). Un profeta quiere cambiar el pueblo, pero anuncia que viene el Rey verdadero, Jesús, que cambiará el corazón de los hombres. ¿Dejarás que cambie tu corazón? ¿Lo aceptarás con Rey de tu existencia y de la historia personal y colectiva de tu vida?
3. Ten confianza y seguridad en el Señor: “Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (cf. Mt 11, 2-11). Juan en la cárcel pasa por una noche oscura. Él, que había dedicado la vida a anunciar la llegada inmediata de Jesús. Y Jesús le envía a Juan un mensaje de confianza y de seguridad, diciéndole que ha llegado con misericordia y gracia. Este mismo mensaje nos envía a ti y a mí. ¿Depositaremos la confianza y la seguridad en Jesucristo? Aquí está el porvenir de nuestra vida vivido en alegría y esperanza… o en la desesperanza y desilusión. Fíjate en lo que hace el Señor. Él es diferente a todos los demás, pero te hace ser a ti lo que tienes que ser.
4. Vive la fe como una adhesión incondicional a un Dios que te ama entrañablemente: “Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (cf. Mt 1, 18-24). El anuncio del ángel ilumina el misterio que había sucedido en María, y José creyó como también lo había hecho María. ¿Me dejo envolver por el misterio? ¿Me adhiero en fe, en una adhesión incondicional a Dios como lo hicieron María y José?
¡Alégrate! Dios viene a visitar a su pueblo.
martes, 30 de noviembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario