lunes, 26 de septiembre de 2011

"EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS" (Carta Semanal)

+ Carlos, Arzobispo de Valencia

Los discípulos de Jesucristo tenemos la responsabilidad y la obligación de mirar las cosas desde Dios. Es más, tenemos la obligación de poner en el centro de nuestra vida y de la historia a Dios. Desde esta mirada, descubrimos que existe una verdadera contradicción en nuestra cultura: por una parte, se percibe una inmensa necesidad de Dios en esta historia que precisa de luz y de amor y, por otra parte, vemos a un mundo y a unos hombres que quieren arrinconar la presencia de Dios. Así es nuestro tiempo: una cultura y un mundo que se aleja de Dios y que, en algunas ocasiones, se vuelve contra Él y una cultura y un mundo que tiene una necesidad inmensa de la presencia de Dios en su historia. En un mundo así organizado, tenemos que dar un grito los creyentes, siendo fieles al mandato del Señor: “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio”. Es decir, con todas nuestras fuerzas tenemos que anunciar que, sin la presencia de Dios en el corazón del ser humano y en medio de esta historia, se pierde el hombre. Urge que nos hagamos esta pregunta: ¿conoce este mundo al Amor, es decir, a Jesucristo? La urgencia de dar a conocer este Amor es grande. ¿Estás dispuesto como el Ángel a los pastores, a salir y decir a los hombres: “no temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor”.

Esto es lo que quiere meter en el corazón de los hombres en este curso el Itinerario Diocesano de Renovación: la noticia de que “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Sin esta noticia, sin la presencia de Dios en esta historia, el drama del ser humano es terrible. Es más, el drama aumenta y no se da explicación a las grandes cuestiones que nos rodean: la muerte, el terrorismo, la injusticia, la infidelidad, la cultura de la muerte, la pobreza extrema de muchos. Se está entretejiendo el entramado de la vida del hombre malamente. Y todo, porque no se ha enterado el hombre que Dios está de su parte, que ha venido a este mundo a darle noticia de quién es él de verdad y de cómo tienen que vivir y actuar. ¿Cómo hemos podido llegar a derramar tanta sangre? Piensa que en la historia de la Iglesia ha habido cuarenta millones de mártires, de los cuales veintisiete millones lo son del siglo XX pasado. Estamos viviendo un proceso secularizador profundo. Estos procesos traen, entre otras muchas cosas, lacras terribles, como por ejemplo que otro como yo decida quién tiene que vivir o morir. Es decir, matar sin más a quien sea y, sobre todo, a quien hace referencia a quien es más que uno mismo, Dios. Él, sin embargo, dispone mi corazón para sentir al otro como hermano porque es hijo de Dios. Para respetar la vida hay que conocer, pues, al dador de la Vida, a Jesucristo, que es quien nos ha revelado quién es Dios y quién es el hombre.

El proceso de eliminar a Dios de la vida personal y de la historia ha sido largo. ¿Cómo hemos llegado a este proceso secularizador? Ya se inicia en el siglo XVI, cuando los reformadores afirman a Cristo, pero niegan las mediaciones humanas de la Iglesia. Se podría resumir esta etapa así: Cristo sí, Iglesia no. En la Ilustración, que tiene su eclosión en la Revolución francesa, se niega a Cristo. También se puede sintetizar esta fase así: Dios sí, Cristo no. Viene después el humanismo autónomo que, con palabras de Nietzsche, defiende que “es necesario que Dios muera para que viva el hombre”, o con palabras de Karl Marx, “derribar de su pedestal a Dios para poner en él al hombre”. Podríamos resumir esta situación así: el hombre sí, Dios no. Al final tenemos esta terrible conclusión a la que llegamos: el hombre no. De tal manera que no puede haber soluciones de fondo mientras no se mueva lo más profundo de nuestro corazón y de nuestra vida. Hay que entrar al fondo del corazón del hombre que está herido por el pecado y que, cuando prescinde de la Iglesia, de Cristo y de Dios se vuelve contra su hermano, contra sí mismo y contra la creación. A eso viene Jesucristo. Para esto nace Jesucristo y accede a la historia humana.

“Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo Gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, a la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento” (Lc 2, 1-7).

¿Sabes que has conocido al Amor? “Hemos conocido al Amor”. Dios se nos ha mostrado con rostro, es Jesucristo, el Hijo de María, el que ha nacido en Belén. Te invito en este curso a que hagas el Itinerario Diocesano de Renovación y que te acerques a este Dios hecho Hombre. Vas a hacer este encuentro hoy con Jesucristo, precisamente cuando nace, cuando muestra a los hombres esta gran verdad: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. ¿Qué experiencias tienes en este encuentro? Me atrevo a indicarte algunas:

1º) Constata el amor de Dios, ese amor que tiene por ti, por mí y por todos los hombres. Descubre la simplicidad de ese amor. El mundo vive hoy frío de miedo y desesperanza. El ser humano está lleno de preocupaciones y de angustias. La idea de Dios como Amor es algo esencial para la soledad y para el miedo. Creer en el amor es abandonarse filialmente en Él, tener confianza, entregarse en plena disponibilidad.

2º) Descubre, junto a Cristo, la alegría de la comunión fraterna viendo siempre a los demás superiores a uno mismo. No se si habrás experimentado que amar al modo humano es relativamente fácil, pero hacerlo al estilo de Jesús que no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida no lo es tanto. Y es que hay que olvidarse de uno como lo hizo Jesús, que no tuvo a menos, siendo Dios, hacerse Hombre. Hay que ofrecer a los hombres el testimonio claro de que somos como Iglesia una comunidad que ama. Pero este testimonio de amor fraterno y de la unidad de la Iglesia, son fruto del amor de Dios.

3º) Realiza el compromiso de construir la civilización del amor. Para ello es necesario que tomes conciencia del estado generalizado de odio y de violencia, de injusticia y de opresión, de hambre y miseria. Ofrece lo específico del Evangelio, eso que aprendes cuando ves la realidad de un Dios que se hace hombre. Una civilización del amor supone una vida nueva en Cristo: “El que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2 Co 5, 17). El compromiso por una civilización del amor supone un deseo profundo de conversión y una respuesta a ser fiel a la llamada a la santidad.



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